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martes, febrero 09, 2021

METAMORFOSIS SOCIAL DESPUÉS DE LA PANDEMIA I

(Este texto fue escrito en junio de 2020, en pleno Estado de Alarma. Continuará en la próxima entrega)

 

                                                    Imagen de Madrid durante el Estado de Alarma

La pandemia ha sacado a flote nuestros miedos más atávicos y ha destruido nuestra falsa burbuja de seguridad en la que hemos vivido hasta ahora. Nada volverá a ser igual que antes ni siquiera nosotros mismos.

Ana Alejandre

Muchos se preguntan si el mundo, la sociedad tal como la conocemos seguirá siendo la misma una vez que haya finalizado la pandemia y no exista ningún contagiado en el mundo. No se puede decir que una enfermedad ha sido vencida mientras haya seres humanos afectados por ella en cualquier rincón del mundo, por lejano que esté de nosotros. Siempre quedará el riesgo de contagio que se pueda producir en cualquier momento o lugar, de forma directa o indirecta,

Una vez aceptada la imposibilidad de la total desaparición del coronavirus del mundo durante un tiempo indeterminado, habrá que enfrentarse a esa nueva realidad como ahora, eufemísticamente, se le llama. Pero esa vuelta a la realidad de la vida cotidiana a la que se alude, habría que preguntarse, ¿será la misma que conocimos antes de que el virus nos invadiera y confinara, o habremos sufridos todos, o una buena parte de la población, una metamorfosis mental, emocional y psicológica, aunque sigamos teniendo la misma imagen física de siempre?

Si Gregorio Samsa, el inefable personaje creado por Kafka, se despertó un día con una aterradora apariencia física similar a un monstruoso insecto, aunque seguía pensando, sintiendo y viendo el mundo que le circundaba desde su mismo yo dentro de su cuerpo metamorfoseado en un repugnante bicho  sin conocer la causa que le originó la aberrante metamorfosis, la pregunta que se sugiere, después de los largos meses de confinamiento, distancia social y medidas de seguridad como mascarillas, guantes, etc., por culpa del Covid-19 que los trajo a nuestras vidas, es: ¿Seguiremos siendo los mismos en cuanto a la relación, actitud y confianza que teníamos con nuestros semejantes, próximos o lejanos, conocidos y desconocidos, íntimos o extraños?

La pregunta la suscita la necesidad de ampliar todas las medidas de seguridad antes mencionadas hasta que no haya una vacuna eficaz contra el coronavirus y que esté disponible para toda la población mundial, cuyas dos condiciones son difíciles de cumplir. La primera es probable que el año próximo pueda llegar a ser una realidad, pero es imposible la segunda en un plazo de muchos años, y si no todos y cada uno de los más de 7.500.000.000 de seres humanos que habitamos el planeta no podemos acceder a dicha vacuna, el coronavirus seguirá siendo una amenaza potencial no erradicada. Esto hará que tengamos que seguir meses, e incluso años, con el mismo temor y cumpliendo las normas de seguridad que, al extenderse en el tiempo, se convertirá en una costumbre, en un modo de vivir, de pensar, de relacionarnos con los demás de alejamiento social, de desconfianza por el peligro que supone bajar la guardia al tratar a la propia familia, a los amigos, vecinos, compañeros de trabajo o estudios y, por supuesto, a los desconocidos, porque todos ellos pueden ser portadores del letal virus y no existen más barreras para el contagio que la prevención y el cumplimiento absoluto de las normas de seguridad impuestas..

Si antes la confianza, la búsqueda de la proximidad, de acercamiento hacia los demás era consustancial a nuestras vidas, porque el ser humano es un animal social que necesita las relaciones humanas, ahora y en un futuro cercano, la prevención de un posible contagio nos puede llegar a convertir en seres asociales, aislados, temerosos, que aunque necesitaremos la compañía y la comunicación con otros, el riesgo que se corre no es aceptable ni asumible para la mayoría que intenta compatibilizar ambas necesidades de contacto y relación, aunque sea virtual, y de seguridad física. De ahí la profusión de las video llamadas, a falta de reuniones físicas, no solo para hablar con la familia y amigos, sino para consultar a un médico, recibir una clase, hacer reuniones de empresa que ya no son posibles o aconsejables físicamente, hacer la compra y un largo etcétera.

De esta forma, la virtualidad que ya estaba presente en los hábitos de muchos, especialmente de los jóvenes, ahora se extiende a otros colectivos como son los mayores, los niños y las personas que no estaban acostumbradas a utilizar los medios audiovisuales a distancia para comunicarse o recibir información o ayuda.

Este nuevo paradigma de relaciones humanas pueden influirnos más de lo que pensamos en estos momentos en los que sabemos que muy pronto desaparecerá el Estado de Alarma que existe en nuestro país, como sucede en otros muchos países europeos. Muchos ya preparan sus vacaciones en playas o montañas, pensando, inocentemente, que el peligro ha desaparecido. Esta actitud provocará nuevos y numerosos contagios porque no todos los ciudadanos son conscientes o responsables del peligro latente que aún existe y existirá durante mucho tiempo, hasta que haya una vacuna o medicina accesible a todos los habitantes de la tierra, porque la distancia geográfica no es una barrera infranqueable contra el coronavirus, lo que ha demostrado el hecho de que la pandemia comenzó en China y se propagó por todo el mundo en pocos meses, pasando de continente a continente y de país a país.

Los hábitos de prevención se instalarán en nuestras vidas, empezando por la comunicación a distancia, quitándole el protagonismo a las costumbres anteriores de proximidad física, de comunicación directa, de contacto inmediato que solo se dejará para los más íntimos, con los que se convive, y evitando las relaciones de contacto directo si se pueden tener a distancia y sin peligro

Es más cómodo que te traigan la compra a casa que ir al supermercado; lo mismo que es mejor y más rápido hacer una consulta por videollamada al médico que tener que desplazarse; al igual que saludar y ver a los familiares y amigos a través de llamadas telefónica o de videollamada, evitando así una proximidad física deseada y temida, al mismo tiempo. Caeremos en el hábito/trampa de la comodidad, inmediatez y seguridad y así nos iremos transformando, paulatina y progresivamente, en seres más cautos, fríos, desconfiados y temerosos, que preferiremos resguardar la salud antes que a las relaciones con los demás, si las podemos mantener a distancia. Y esos hábitos se convertirán en una costumbre, y la costumbre nos modelará el carácter, nuestra forma de pensar y nuestras prioridades.

Ya existen los primeros cambios inducidos por la pandemia: matrimonios que se han separado porque el confinamiento ha derrumbado la relación de pareja que no ha podido soportar la larga e interminable convivencia entre cuatro paredes; los trabajadores que han realizado su trabajo a través de internet, ¿podrán acostumbrarse de nuevo a la rutina, el horario fijo, los desplazamientos, los atascos y la convivencia con los demás compañeros y jefe, acostumbrados a la comodidad y libertad que representaba el teletrabajo? Por no nombrar a los que han visto su vida derrumbada ante el paro al que le ha obligado el ERTE de su empresa que no llega a cobrar y tampoco sabe si volverá a trabajar. Al igual de los empresarios que ven su esfuerzo, trabajo, inversiones y su futuro empresarial en peligro porque no saben si podrán volver a abrirla o tendrá que da el cerrojazo definitivo. Así como los niños y jóvenes que poco a poco tendrán que volver a las clases presenciales, los madrugones, las relaciones abandonadas con sus compañeros, la vigilancia de los profesores y apartarse del seguro refugio de su casa y de la compañía de sus padres y hermanos ¿¿Todos ello podrán adaptarse de nuevo a la vida normal, porque la que han tenido en estos 98 días que ha durado el confinamiento les parece más cómoda, segura, libre de exigencias y menos competitiva que la anterior a la que tienen que volver, antes o después? sin olvidar a los hijos de padres fallecidos en las residencias que tendrán que enfrentarse a su propia conciencia y preguntarse que si su padre o madre hubiera vivido con alguno de sus hijos, ¿habrían muerto por el Covid-19? Esto les llevará a más de uno a tener remordimientos por haber llevado a una residencia a quien debería haber sido protegido y cuidado por su familia y no por extraños; y haber.vivido y muerto en el seno de la familia y con el calor y cariño de sus hijos y nietos

Cuando vamos por la calle mantenemos la distancia de seguridad recomendada, no nos subimos en ascensores con otras personas no convivientes, evitamos los transportes públicos y de ahí el boom de ventas de bicicletas; si vamos a un bar no nos podemos apoyar en la barra y tenemos que llevas mascarillas, y en un restaurante tenemos que mantener la distancia de seguridad, por lo que nos preguntamos para qué vamos a ir a esos lugares públicos en esas circunstancias que nos coartan y nos privan del placer que antes de la pandemia representaban. Lo que nos parece ahora pasajero se mantendrá por un tiempo no menor a dos años. Según la opinión de los expertos, las medidas de seguridad y distancia social habrá que mantenerlas hasta 2022.

Después, no sabemos lo que ocurrirá, aunque exista una vacuna eficaz contra el coronavirus ignoramos si llegará a todos. También no sabremos si el extranjero que se ha sentado en el asiento próximo a nosotros en el avión está o no contagiado y sea asintomático, está vacunado o tiene anticuerpos, ni tampoco sabemos si la vacuna podrá ser utilizada por todos y solo por algunos, dejando a los colectivos de riesgo, como son los mayores y los enfermos crónicos de otras patologías, sin su protección. por ignorar los posibles efectos adversos. En una palabra, cómo saber desde ahora cuánto tiempo tendremos que defendernos del SARS-Cov-2 y si todos estaremos alguna vez a salvo de esa terrible enfermedad que ha venido para instalarse, pero no sabemos por cuánto tiempo.


A pesar de los 7.550.933 contagiados en todo el mundo a fecha de hoy (13-6-2020), y los 422.137 muertos, y con respecto a España 243.209 confirmados y 27.136 muertos, según las cifras oficiales que son notoriamente inferiores a los más de 47.000 muertos por el Covid-19 que afirman los servicios funerarios, en un informe enviado al Rey, todavía hay personas irresponsables que irán a la playa pensando descartar la mascarilla, la distancia de seguridad y hasta la sensatez, porque, según creen, el peligro ha pasado o piensan que gozan de una extraña inmunidad que se pondrá a prueba, en cualquier momento y lugar, en los que tengan un encuentro inesperado con la mala suerte, en forma de un contagiado por el coronavirus.


Es evidente que la metamorfosis social que provocará con el tiempo la pandemia irá creciendo cuando los contagios aumenten y se demuestre que el virus no solo sigue estando entre nosotros, sino que muchos conciudadanos van a ayudar a su prppagación con su inconsciente actitud de irresponsabilidad y de negación de una verdad que molesta aceptar porque nos obliga a salir de la burbuja de falsa seguridad en la que hemos vivido durante muchos años.


Por ese motivo, la metamorfosis social de hábitos, costumbres e ideas va a ser muy dolorosa y lo iremos advirtiendo con el tiempo, cuando nos demos cuenta de que el peligro no ha pasado y sigue estando entre nosotros, aunque no sepamos dónde, pero sí seamos más conscientes de que algo sutil ha cambiado en nosotros y no es nuestra apariencia física, como le sucedió a Samsa, sino cómo nos sentimos al ver a nuestros semejantes como un peligro potencial, evitable y por ello molesto e indeseado.


La metamorfosis inducida por la pandemia hará salir los más profundos y atávicos miedos que subyacen en el ser humano desde su origen, y nos hará cada vez un poco más insolidarios, menos comunicativos y más desconfiados, haciendo verdad ese dicho de “más vale estar solo que mal acompañado”. Aunque la compañía sea de personas queridas y próximas, porque el cariño y la amistad no es una barrera infranqueable para el letal virus que mata a propios y extraños, sin diferencia ni consideración alguna.


Y, a pesar de nuestros temores, las fronteras se abrirán el próximo 21 de junio y empezará a entrar la avalancha de turistas procedentes de una diversidad de países con distintos niveles de control y contagio del coronavirus. Entonces será cuando empecemos a pensar que nada más seguro que la propia casa, al ver a numerosos extranjeros paseando por las calles, visitando museos, entrando en restaurantes, cafeterías y tiendas, sintiendo el peligro latente que representan.


Y será entonces cuando nos demos cuenta que no solo no hay vacuna ni tratamiento para el Covid-19, sino tampoco para otro virus peor que es el miedo, y ese sí que ha venido a instalarse definitivamente con nosotros por tiempo indefinido y sin posibilidad alguna de vencerlo ni erradicarlo.